Reincidentes

jueves, 11 de diciembre de 2008

De todo laberinto se sale por Arriba


De todo laberinto se sale por Arriba*

Un cielo púrpura y rosa cubre
la sábana de Dios
mientras el sol naranja rabioso
se suicida en el oeste.
Llueven pedacitos de muerte por todos lados.
Desde lo alto de mi piedra un gato negro
clava su mirada rubia sobre el pozo
en donde algunas vez vivieron
mis grises y dilatados ojos.
Con filosofía y altivez
parece inspeccionar
cada recoveco de mi alma
atrapada allí Abajo,
donde nada vive sin morir primero.
El hueco en mi boca espera aquel grito sordo
que espante a la bestia
como el rayo aguarda al trueno
con paciencia de hormiga.
Será en vano; esa voz hace tiempo que no llega.
Acurruco el coraje
y acaricio la idea de cerrar la vida.
Tan sólo un parpadeo
para despegarme de los huesos
que me aprisionan bajo tierra
y volver al agua, allá Arriba.
Tan sólo un parpadeo
para regresar a la no vida.
Tan sólo un parpadeo
para volver a ser pez.


*De todo laberinto se sale por Arriba (“Adán Buenosayres” de Leopoldo Marechal)

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Evocación



No te quedes
con la resaca del recuerdo
ni la costumbre de escupir el cielo
del pasado.
No te pierdas
en la espesura del frío
ni en el corazón de la noche.
No te busques
en la mirada del tiempo
ni en la piel de la soledad.
No me toques en tu memoria
con los largos dedos de la mentira
ni enciendas un fuego del repaso
con la amargura del vacío.
No mates las huellas
con tu antitético presente
y no te escapes de vos.
Te extrañas y se nota.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Arrugas de la ausencia




Gira la cuchara en la taza,
el café despierta mi olfato
y sobre la mesa el tedio me mira fijo.
En el baño un espejo
delata el tiempo,
se ríe y luego
llora.
Salgo…
El asfalto me muerde los tobillos.
Camino por la plaza de las huellas
en donde nos conocimos,
en las pequeñeces me siento
y me pierdo en la entelequia.
Cuando vuelvo,
el sol bosteza y la mirada se agudiza
en una, dos, tres, cuatro palomas
que me observan y no entienden,
o por lo menos eso parece.
Un perfume vuela
y me lleva hasta vos,
¿qué estarás haciendo ahora?
Seguro estás tomando mate con bizcochos
con Alicia y el conejo,
o tal vez leés el libro
que te regaló Wendy.
¿Quién sabe?
Hasta quizás estás pensando en mí.
La risa de una nena
me desvela.
La busco y no la encuentro;
la miopía y mi vanidad
me vencen otra vez.
Suenan campanas,
son las siete, hay que ir a la nostalgia
y, cuidadoso, traer algún que otro recuerdo.
No tienen fecha de vencimiento,
pero la otra vez me sostuve de uno
que me hizo bastante mal.
A veces es mejor no pensar,
me dice una hoja que cae del árbol,
hace dos vueltas carnero
y yace en mi mano.
Al tiempo, fragmento sus alas
en uno, dos, tres, cuatro pedazos,
las hormigas la suben a su lomo
y yo, trepo mi vista a esa perfección,
que abrupta, una suela rompe
con la torpeza que sólo puede tener un hombre apurado.
El sol se aburre,
una vez más,
y cierra los párpados el día.
Vuelvo a casa.
La oscuridad entra por la ventana
y viaja en puntas de pie
por todos los rincones.
A veces me da miedo
y prendo todas las luces,
entonces respiro…
Es irónico,
nunca entendí la razón.
Hay preguntas que no tienen porqués,
grita la vida
y su injusta manera de jugar
se me mete por los huesos.
Voy a nuestra habitación,
enciendo el velador y mis ojos,
la angustia espera alerta,
te miro en sepia,
le seco la mejilla a la foto
y te extraño;
hace uno, dos, tres, cuatro años
que duermo solo.


17/11/2007

domingo, 13 de julio de 2008

Viejos fantasmas

Cuando era chiquito
un fantasma visitaba mis noches.
Se metía por debajo de la puerta
en la oscuridad de la luz,
en la luz de la oscuridad,
flotaba por el aire espeso de mi mirada
tensa, cobarde, inmóvil.
La habitación temblaba
y todo se veía amarillo
por el sol de la sombra.
No bastaba con cerrar los ojos
para que todo desapareciera;
él seguía ahí.
Aún sigue ahí
al acecho
escarbando mis recuerdos
de aquél niño que nunca fui.


11/7/2008

jueves, 24 de enero de 2008

Tres largos segundos

¿Cuán puta puede ser la vida?,
grita en silencio la oscuridad.
Los labios quietos
parecen piedras de un puente
que nunca se termina de construir.
Por la pequeña rendija de la boca,
el susurro del viento se cuela,
se mete entre los huesos
y taladra el tímpano del corazón.
Frío, siente frío
al desnudarse en letras
y no sentir el abrigo de la poesía
ni el calor de la mirada.
La angustia se acurruca en el rincón,
se envuelve las rodillas con sus manos,
lentamente se hamaca
y, para que todo desaparezca,
cierra los ojos tres largos segundos…

Uno.

Dos.

Tres.

Los párpados se despegan
y todo sigue igual.
¿Cuán puta puede ser la muerte?


10/12/2007